Recibir consultas y no cerrar operaciones es una de las situaciones más frustrantes del rubro inmobiliario.
Hay movimiento, hay interés, pero los cierres no llegan.
Y casi siempre la explicación es la misma: “el mercado está difícil”.
La realidad es otra.
En la mayoría de los casos, el problema no es la cantidad de consultas, sino qué se hace con ellas.
Muchas inmobiliarias responden rápido, muestran propiedades y esperan que el cliente decida.
El proceso termina siendo reactivo: se responde, se muestra, se insiste… y se vuelve a empezar.
El error está en pensar que vender es solo atender bien.
Sin un proceso claro:
no se indaga correctamente la necesidad,
no se filtra el interés real,
no se ordena el seguimiento,
y cada asesor vende “a su manera”.
Eso genera desgaste, pérdida de tiempo y oportunidades que se enfrían sin que nadie lo note.
La diferencia aparece cuando la venta deja de ser improvisada y pasa a ser un proceso definido:
qué se pregunta, cuándo se hace seguimiento y cómo se acompaña al cliente hasta la decisión.
No se trata de presionar.
Se trata de ordenar.
Cuando eso está claro, los cierres dejan de depender del azar o del humor del mercado.
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